Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo decía: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él». Mateo 3:16-17.
Si alguna vez has pasado tiempo caminando por las áreas céntricas de las grandes ciudades, probablemente los hayas visto: son los predicadores callejeros. En voz alta, determinados, fervientes, se rehúsan de forma definitiva a ocultar su lámpara bajo una mesa. Son mensajeros incondicionales del evangelio que a veces llevan un letrero colgado que dice: «¡Arrepiéntete!» o «Prepárate para encontrarte con tu Dios».